Coach en Consnelia
Consnelia era una pequeña localidad al oeste, entre Alaska y Singapur, perfecta para el emprendimiento que había entramado en su universo. Por eso, cuando abrió por primera vez el cierre metálico tras la reforma del local y al oír ese estruendo que se convertiría en algo cotidiano, supo que ése era su lugar.
No esperó a que las condiciones fueran mejores, ¿mejores?, ella decidió que aquel era el momento adecuado, el lugar ideal y la hora exacta de iniciar aquella aventura que apenas le dejaba dormir de puro entusiasmo desde hacía tiempo.
Ya dentro, observó con ojos maravillados aquel espacio que se convertiría en su segunda casa y en el escenario perfecto, según había decidido, ¿quién si no?, para materializar toda la energía sutil que había ido amasando hasta convertirla en aquello.
¿Aquello? ¿Qué era aquello? Sobre todo y entre otras cosas, su sueño vital, su definición del éxito, su logro preciado y su Coaching Center, según Google, bien visto, me gusta el nombre, define.
Sí, porque aquello era su emprendimiento de coaching, esa dichosa profesión elegida con la edad por flechazo, como el enamoramiento, años atrás y que había conseguido despegarla del asiento de la oficina en la que trabajaba desde... uff, ni acordarse quería, aunque eso sí, del que guardaba un cariñoso y agradecido recuerdo.
Así las cosas, todo estaba bien, ideal, diría yo, porque había sintonizado con su energía, su vitalidad y su empeño, todo en uno, para ligar aquel espacio multicolor, espléndido y luminoso, que habría de traerle montones de experiencias extraordinarias, fascinantes y tan por fuera de su realidad anterior, que suponía un antes y un después en su vida.
Casi nada.
Ahora sólo tenía que ponerlo en marcha, hacerse conocer, conseguir poner Consnelia en el mapa del coaching nacional, qué digo, mejor internacional, hacer de aquello un negocio rentable y, sobre todo y además, disfrutar del recorrido sin desfallecer.
Poco y hecho, me parece a mí.
De los comentarios de otros ya ni se acordaba, de las preocupaciones previas, tampoco, ahora se deleitaba fascinada con su logro y ya pensaría mañana en otras cuestiones.
Hoy no tocaba, hoy sólo deseaba estar allí, entre aquellas paredes entre rojas y marrones con ese peculiar olor a pared recién pintada, entre libros, con el corazón a punto de saltar del pecho y los ojos como platos que no daban a basto para ver y seguir creando.
No esperó a que las condiciones fueran mejores, ¿mejores?, ella decidió que aquel era el momento adecuado, el lugar ideal y la hora exacta de iniciar aquella aventura que apenas le dejaba dormir de puro entusiasmo desde hacía tiempo.
Ya dentro, observó con ojos maravillados aquel espacio que se convertiría en su segunda casa y en el escenario perfecto, según había decidido, ¿quién si no?, para materializar toda la energía sutil que había ido amasando hasta convertirla en aquello.
¿Aquello? ¿Qué era aquello? Sobre todo y entre otras cosas, su sueño vital, su definición del éxito, su logro preciado y su Coaching Center, según Google, bien visto, me gusta el nombre, define.
Sí, porque aquello era su emprendimiento de coaching, esa dichosa profesión elegida con la edad por flechazo, como el enamoramiento, años atrás y que había conseguido despegarla del asiento de la oficina en la que trabajaba desde... uff, ni acordarse quería, aunque eso sí, del que guardaba un cariñoso y agradecido recuerdo.
Así las cosas, todo estaba bien, ideal, diría yo, porque había sintonizado con su energía, su vitalidad y su empeño, todo en uno, para ligar aquel espacio multicolor, espléndido y luminoso, que habría de traerle montones de experiencias extraordinarias, fascinantes y tan por fuera de su realidad anterior, que suponía un antes y un después en su vida.
Casi nada.
Ahora sólo tenía que ponerlo en marcha, hacerse conocer, conseguir poner Consnelia en el mapa del coaching nacional, qué digo, mejor internacional, hacer de aquello un negocio rentable y, sobre todo y además, disfrutar del recorrido sin desfallecer.
Poco y hecho, me parece a mí.
De los comentarios de otros ya ni se acordaba, de las preocupaciones previas, tampoco, ahora se deleitaba fascinada con su logro y ya pensaría mañana en otras cuestiones.
Hoy no tocaba, hoy sólo deseaba estar allí, entre aquellas paredes entre rojas y marrones con ese peculiar olor a pared recién pintada, entre libros, con el corazón a punto de saltar del pecho y los ojos como platos que no daban a basto para ver y seguir creando.
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