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Mostrando entradas de abril, 2015

Felicidad cotidiana

La vida nunca deja de sorprendernos, aunque la ignoremos, la ninguneemos y la silenciemos. Inmersos en nuestra cotidiana monotonía, no vemos la mayoría de las veces las luces que rodean nuestra existencia, los milagros, la magia y los momentos sublimes de los lunes, los martes, los miércoles... Ayer me sorprendí observando la cantidad de abejas que revoloteaban entre las lilas de mi terraza mientras me hacía esta reflexión: Vaya, si las abejas están en peligro, han debido encontrar un entorno idóneo para venir aquí. ¡Qué suerte! Tras escucharme a mí misma decir eso, dos reflexiones más: ¿Por qué no las había visto otros años, no habían venido, no las recordaba o quizá era la primera vez que venían? ¿Por qué creía tener suerte de presenciar tal exhibición? Y dos respuestas: Porque hoy me estoy dando cuenta y porque no deja de ser un milagro observar en tu propia casa el espectáculo del trabajo de las abejas, que sabemos responde a un perfecto guión de la naturaleza y lo están ejec

Dinero feliz

Poco a poco va calando cada vez más la idea de dinero feliz, asociada a escenarios de abundancia, riqueza y antidiógenes, frente a conceptos de escasez y antiprosperidad. ¿Qué viene a decir todo esto? Si entendemos el dinero como un ente independiente y autónomo con vida propia y le atribuimos carga emocional, le cedemos un gran poder sobre nosotros, nuestra vida y nuestras relaciones. Sabemos, sin ninguna duda, que el dinero no tiene nada que ver con su propia mala prensa, sino que cada uno de nosotros es responsable del uso que hace de él. Dinero feliz es aquel dinero que invierto en lo que me gusta y en lo que no me gusta tanto, cambiando el significado que le doy. Si pago una multa, invierto en aprendizaje. Si pago una factura de gas, invierto en comodidad. Si pago mi casa, invierto en patrimonio, etc. Y nunca, nunca, pago algo con odio, rencor, ira, menosprecio o cualquier otra emoción negativa. Aunque me cueste encontrarla, procuraré buscar la parte positiva asociada al acto

Desprogramar, desaprender

¡Qué poder tienen las creencias sobre nosotros! ¡Cuántos filtros nos colocamos ante una experiencia vital! ¡Qué difícil es detectarlas en nuestro día a día! Hace muchos años, una amiga mía me dejó el libro Las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes , de Ute Ehrhardt, y recuerdo que supuso un cara a cara con mis propias creencias y un ver por primera vez de forma palpable que existen tantos puntos de vista como personas. Imagino que siempre lo había intuido, pero me gusta ubicar este momento como el principio del gran cambio de creencias iniciado silenciosamente desde la infancia cuando cuestionaba cada indicación de mi madre, sobre todo la que tenía que ver con papeles preestablecidos de chica/chico (¡qué mal debiste pasarlo conmigo, mamá!). Bien, el cuestionamiento activo dejó paso con el tiempo al laissez faire, al respeto incondicional y a la no intervención. Así las cosas, llego a la conclusión de que es inevitable la desprogramación y el desaprender si queremos