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Y el miedo cambió de oficio

Había una vez un pequeño pueblo situado en un profundo valle rodeado por un bosque tan frondoso que sus habitantes habían olvidado que existía un mundo más allá.
Una leyenda del pueblo contaba que en el denso bosque vivía un terrible y cruel monstruo llamado Miedox.
Nadie recordaba ya cuándo se instaló Miedox en el bosque, nadie recordaba si había algo al otro lado de la espesura y nadie tenía ya interés ni valor para aventurarse. En cualquier caso, los habitantes del pueblo habían decidido que no había más mundo que el propio pueblo.
Nació una niña en una de las familias y era tan vivaz y curiosa por el mundo que la rodeaba que en cuanto supo andar, se adentró en el bosque. Como nadie le había advertido todavía de los peligros que allí se encerraban dada su corta edad, ella exploró aquella verde inmensidad con su curiosidad intacta.
Pronto, Admira, que era su nombre, se encontró cara a cara con Miedox y éste, encolerizado al ver a la pequeña, preguntó:
- ¿¿¿¿Qué haces aquí???? ¿¿¿¿Acaso no sabes quién soy y que no deberías estar aquí????
- No -respondió tranquilamente la niña.- ¿Por qué no puedo estar aquí? Sólo quiero jugar. ¿Quieres jugar conmigo?
Miedox miró confundido a la niña.
- ¿¿¿¿¡¡¡Jugar!!!!?????-bramó.- ¡¡¡¡Deberías estar aterrorizada!!!!!¡¡¡¡¡Yo soy el miedo, la ira, el horror, el pánico!!!!!-exclamó iracundo.
- Ahhhh.
Se limitó a exclamar Admira mientras lo observaba con su limpia mirada.
- ¿Y qué es todo eso? -preguntó por fin.
Miedox se quedó sin habla. No sabía qué responder y por primera vez en su existencia se sintió incapaz, inseguro y vulnerable.
Era una situación tan desconcertante para él que simplemente se echó a llorar. ¿Cómo podía aquella mocosa ignorar quién era? Todo su mundo se vino abajo, sólo sabía causar terror y la pequeña parecía estar absolutamente tranquila.
Cuando la niña intentó consolarlo, Miedox ya había perdido toda su bravura y su cólera, simplemente lloraba. Como Admira insistía en calmarle, él se limitó a decir:
- Desde que estoy aquí he amedrentado a la gente de este pueblo porque me adiestraron para ello. Nunca pensé que podía dejar de hacerlo. Ni siquiera sabía que podía llorar.
- Bueno, está bien.-dijo Admira finalmente acariciándolo.- Entonces has hecho un buen trabajo, durante mucho, mucho tiempo, ahora puedes cambiar y comprobar que puedes hacer otras cosas..., incluso vivir en el pueblo si quieres.
Se hizo un largo, larguísimo silencio y entonces Admira gritó entusiasmada:
-Vamos, ven conmigo, ya puedes venir a jugar con los niños.

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