Me gustan los lunes
Y los martes, los miércoles y todos los días de la semana. Me gusta enero, febrero y así hasta diciembre. Me gusta el verano, el invierno, y todas las estaciones del año.
¿Por qué? Porque así lo he decidido. Me gusta que mi vida transcurra con la vida. Que no dependa de un día o una estación para estar más alegre o más feliz.
Porque me niego a poner etiquetas a los días. La felicidad es una actitud y nada tiene que ver con la mentalidad de bueno o malo, mejor o peor, días o noches. Yo decido cómo son mis días y mis años. No dejo fuera la decisión de plantear mi bienestar en función de lo que otros me cuenten. Son sólo creencias instaladas en la mentalidad colectiva.
Si nos dejamos llevar por el pensamiento único, nos perderemos los lunes porque nos impediremos estar a gusto, por pura definición.
La felicidad es mi segunda piel, la llevo puesta y no entiende de calendarios, ni modas.
Me permito disfrutar de cada día como si fuera el único, de hecho, el tiempo lineal es una convención, una forma de medir, pero no existe. Sólo existe el presente, en lunes o jueves, en marzo o noviembre, con lluvia o a 35 grados a la sombra.
Estamos aprendiendo a superar las limitaciones mentales y, una de ellas, es el tiempo psicológico, que nos atrapa y nos condiciona. Está bien para la parte práctica de la vida, porque así lo hemos convenido, pero no para que invada el ámbito privado de nuestro bienestar emocional.
Todos los días cuentan y si no es así, tendremos que revisar nuestros hábitos porque nos estaremos perdiendo una gran parte del pastel, y, créeme, éste no es tan grande como parece.
¿Alguien se ha parado a contar los lunes que viviremos a lo largo de nuestra vida? Si los aborrecemos, cuánto desperdicio innecesario, cuántas horas malgastadas pensando en otros días mejores.
La felicidad también acontece en lunes y si no lo veo así, está en mi mano cambiarlo. Sólo depende de mí.
¿Por qué? Porque así lo he decidido. Me gusta que mi vida transcurra con la vida. Que no dependa de un día o una estación para estar más alegre o más feliz.
Porque me niego a poner etiquetas a los días. La felicidad es una actitud y nada tiene que ver con la mentalidad de bueno o malo, mejor o peor, días o noches. Yo decido cómo son mis días y mis años. No dejo fuera la decisión de plantear mi bienestar en función de lo que otros me cuenten. Son sólo creencias instaladas en la mentalidad colectiva.
Si nos dejamos llevar por el pensamiento único, nos perderemos los lunes porque nos impediremos estar a gusto, por pura definición.
La felicidad es mi segunda piel, la llevo puesta y no entiende de calendarios, ni modas.
Me permito disfrutar de cada día como si fuera el único, de hecho, el tiempo lineal es una convención, una forma de medir, pero no existe. Sólo existe el presente, en lunes o jueves, en marzo o noviembre, con lluvia o a 35 grados a la sombra.
Estamos aprendiendo a superar las limitaciones mentales y, una de ellas, es el tiempo psicológico, que nos atrapa y nos condiciona. Está bien para la parte práctica de la vida, porque así lo hemos convenido, pero no para que invada el ámbito privado de nuestro bienestar emocional.
Todos los días cuentan y si no es así, tendremos que revisar nuestros hábitos porque nos estaremos perdiendo una gran parte del pastel, y, créeme, éste no es tan grande como parece.
¿Alguien se ha parado a contar los lunes que viviremos a lo largo de nuestra vida? Si los aborrecemos, cuánto desperdicio innecesario, cuántas horas malgastadas pensando en otros días mejores.
La felicidad también acontece en lunes y si no lo veo así, está en mi mano cambiarlo. Sólo depende de mí.
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