Desprogramar, desaprender

¡Qué poder tienen las creencias sobre nosotros!
¡Cuántos filtros nos colocamos ante una experiencia vital! ¡Qué difícil es detectarlas en nuestro día a día!
Hace muchos años, una amiga mía me dejó el libro Las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes, de Ute Ehrhardt, y recuerdo que supuso un cara a cara con mis propias creencias y un ver por primera vez de forma palpable que existen tantos puntos de vista como personas.
Imagino que siempre lo había intuido, pero me gusta ubicar este momento como el principio del gran cambio de creencias iniciado silenciosamente desde la infancia cuando cuestionaba cada indicación de mi madre, sobre todo la que tenía que ver con papeles preestablecidos de chica/chico (¡qué mal debiste pasarlo conmigo, mamá!).
Bien, el cuestionamiento activo dejó paso con el tiempo al laissez faire, al respeto incondicional y a la no intervención.
Así las cosas, llego a la conclusión de que es inevitable la desprogramación y el desaprender si queremos avanzar. No es fácil, no, pero me inclino por la observación continua, la reinvención diaria y la apuesta por la magia cotidiana, sólo apreciable cuando la mente pierde densidad y las creencias se relajan o disuelven.
Así que la propuesta es ésta: no te aferres ni te cierres a nada, permanece abierto a todo, sólo tienes que permitírtelo y el campo se vuelve más vasto y más verde.




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